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En las quietas horas antes del amanecer, donde el mundo parece suspender su aliento, es cuando más se siente la presión de nuestra misión.
Soy parte de esa elite conocida como GRECO, los Grupos de Respuesta Especial para el Crimen Organizado, una de las élites dentro de la Policía Nacional dedicada a combatir las amenazas que acechan en lo más profundo de la sociedad.
Llevo esta responsabilidad no solo como un deber. No somos figuras míticas; somos seres humanos, con nuestras dudas y nuestros miedos, pero unidos por una convicción inquebrantable de enfrentar la oscuridad que amenaza a nuestra sociedad.
Los GRECO son más que simples policías; son guardianes de la justicia, especialistas entrenados para enfrentarse a situaciones que superan el ámbito de la policía convencional.
El campo de batalla es amplio: desde la lucha contra las mafias, el crimen organizado y el tráfico de drogas. No hay desafío demasiado grande ni enemigo demasiado formidable.
Cada operativo, cada misión, es una historia de coraje, un acto de fe en la justicia y en el bien común. Somos los primeros en entrar y los últimos en salir, enfrentándonos a peligros que la mayoría no puede ni imaginar.
Pero lo que nos impulsa no es la búsqueda de reconocimiento; es algo mucho más profundo. Es el deseo de dejar un mundo más seguro para nuestros hijos, para las familias que prometimos proteger, incluso a costa de nuestra propia seguridad.
Mi vida, como la de mis compañeros, es un mosaico de sacrificios. Las largas noches lejos de casa, los momentos perdidos que nunca volverán, las cicatrices visibles e invisibles que llevamos con nosotros… son el precio de la paz que defendemos.
Pero incluso en los momentos de mayor oscuridad, nunca estamos solos. Nos tenemos los unos a los otros, una hermandad forjada en el fuego del combate contra el crimen organizado.
Cada decisión que tomamos, cada paso que damos en la sombra, está guiado por un profundo sentido de justicia.
Sabemos que nuestras acciones tienen un impacto real en la vida de las personas, y esa conciencia es lo que nos da fuerza. No solo luchamos contra el crimen; luchamos por la esperanza, por la posibilidad de un futuro mejor.
Las emociones que experimentamos en el terreno son intensas y a menudo contradictorias. El miedo y la adrenalina se entrelazan, pero por encima de todo, es el amor lo que nos define.
Amor por nuestro trabajo, por las personas a las que servimos, y por nuestra propia vida, que tenemos que proteger. Es este amor el que nos hace humanos, el que nos permite seguir adelante incluso cuando el camino parece imposible.
Reflexionando sobre mi tiempo con los GRECO, no puedo evitar sentir una profunda gratitud y humildad. Somos testigos de lo peor y lo mejor de la humanidad, y aún así, elegimos creer en la posibilidad de cambio, en la fuerza de la justicia.
Nuestra lucha es un constante recuerdo de que, incluso en las sombras más profundas, siempre hay luz, siempre hay esperanza.
Así que, cuando el mundo duerme y la noche envuelve todo en su silencio, nosotros estamos ahí, en la vanguardia de la lucha contra el crimen organizado.
No buscamos héroes, pero en la quietud de esas horas solitarias, en el corazón de la batalla, encontramos nuestra propia versión de heroísmo: una inquebrantable dedicación a la vida y a la libertad de nuestra comunidad.
MGC
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