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agua y luna, tiempo de aceitunas

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En los olivares, los ciclos de la luna y las lluvias no solo marcan el paso del tiempo, sino que marcan la vida misma de los cultivos que crecen bajo su influencia. 

Mi abuelo, un ingeniero industrial, por lo civil y lo militar, especialidad en explosivos, descubrió esto en su peculiar travesía desde los campos de batalla hasta los olivares de Sevilla.

Tras la guerra, mi abuelo colgó su uniforme y siguio con su ingenio. 

Los momentos de calma le ofrecieron la oportunidad de reinventarse en la industria civil, específicamente en un negocio familiar de aceitunas en Sevilla, propiedad del marido de una de sus hermanas. 

En aquel entonces, la aceituna solo se consumía con hueso, y el mercado, aunque próspero, clamaba por innovación.

Mi abuelo se sumergió en el mundo de la aceituna no solo para entenderlo sino para intentar cambiarlo. 

Viajaba constantemente entre Madrid y Sevilla, llevando consigo ideas y prototipos que cambiaban lo establecido. 

Fue un día, observando el efecto de la luna sobre los olivares y discutiendo sobre las fases de crecimiento y cosecha, cuando una idea empezó a tomar forma.

¿Por qué no deshuesar las aceitunas y rellenarlas? 

La pregunta era simple, pero la ejecución sería un desafío monumental. 

Y así, mi abuelo y su cuñado imaginaron una posibilidad aún más audaz: rellenar las aceitunas con anchoas. El sabor sería distintivo y el producto, innovador. 

Sin embargo, enfrentaban un obstáculo técnico considerable: cómo extraer el hueso sin destruir la aceituna y, posteriormente, cómo insertar la anchoa con precisión.

Inspirado por su formación y experiencia en ingeniería, mi abuelo diseñó y construyó una máquina que deshuesaba aceitunas y otra que las rellenaba de anchoas. 

Esta hazaña de la ingeniería transformó la industria. Nos contaba mi abuelo que muchas aceitunas se echaban a perder pero que lo que habían conseguido hacer originaba interesantes beneficios. 

El proceso fue complejo y arriesgado. Antes de presentar su creación, realizaron innumerables pruebas para asegurarse de que el sabor y la textura cumplían con las expectativas del mercado. 

Imagino la tensión de aquellos momentos, el sabor salado de las primeras pruebas, la mirada atenta de mi abuelo ajustando cada detalle de sus máquinas.

No se les ocurrió patentar ninguna de las máquinas y en cualquier caso otros han reclamado a lo largo del tiempo haber sido los pioneros.

Hoy, cada vez que disfruto de una aceituna rellena de anchoa, no solo saboreo un aperitivo, sino que también degusto una porción de historia, una historia de audacia, innovación y el magnífico espíritu de mi abuelo. 

Esta narrativa familiar, de la que fui espectador y heredero, me enseñó que la verdadera magia sucede cuando la paciencia, la innovación y el respeto por la tradición se entrelazan, dejándonos un legado que trasciende generaciones. 

La aceituna, simple pero transformada, es testigo de que el verdadero milagro radica en nuestra capacidad de ver más allá de lo convencional y actuar en consecuencia. 

ps: la empresa y el cuñado fundador

MGC

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