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La frase, como tantas otras, es de Woody Allen. Irónica, punzante y muy suya.
Una de esas que provoca una sonrisa incómoda y al mismo tiempo te deja pensando.
Estuve casado unos años con la madre de mmi hija mayor. No fue un desastre, pero tampoco fue un cuento de hadas.
Como tantas historias, la nuestra empezó con ilusión y promesas compartidas. Fuimos felices, sí, pero también hubo discusiones, silencios largos, distancias invisibles.
Al final, la realidad se impuso y decidimos separarnos. No fue fácil. Pasamos tres años realmente duros, llenos de reproches, emociones a flor de piel y heridas abiertas.
Pero el tiempo, ese gran maestro que todo lo pone en su sitio, fue sanando lo que parecía imposible de curar.
Con el paso de los años, fuimos encontrando un nuevo equilibrio. No como pareja, pero sí como dos personas que comparten algo inmensamente importante: una hija maravillosa.
Hoy puedo decir que nos llevamos bien. Incluso, mi exmujer forma parte de nuestro entorno familiar en fechas señaladas, y se ha convertido en alguien cercano y presente. Nadie nos lo habría dicho hace una década.
Es por eso que entiendo perfectamente lo que Woody Allen quiere decir cuando afirma que “algunos matrimonios acaban bien”. Porque a veces, separarse es lo mejor que le puede pasar a una pareja. Porque no todo final es trágico. Porque hay relaciones que se reinventan desde otro lugar. Acaban, sí, pero acaban bien.
Y luego están los otros matrimonios. Esos que duran toda la vida. Allen, con su habitual sarcasmo, lo dice casi como si fuera una condena. Pero yo no lo veo así.
Creo que si un matrimonio sobrevive al tiempo es porque hay amor, compromiso, paciencia y un sinfín de pequeñas decisiones diarias que lo sostienen. Que no es perfecto, claro. Que habrá días grises, dudas y cansancio. Pero también habrá risas, complicidad y un amor que se transforma pero no desaparece.
Cada historia es distinta. Lo importante, creo yo, no es cuánto dura un matrimonio, sino cómo se vive. Si al final hay respeto, cariño, amor y aprendizaje, entonces, durará toda la vida y habrá valido la pena.
Porque al final, como en tantas cosas de la vida, lo que cuenta no es el final, sino cómo lo hemos recorrido.
MGC
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