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Hace doce años, compartí en redes sociales un discurso de despedida de Bryan Dyson, quien fuera máximo líder de Coca Cola entre 1986 y 1991.
Su mensaje era claro y poderoso, una metáfora que la he tenido muy presente todos estos años: la vida como un acto de malabarismo con cinco pelotas en el aire: el trabajo, la familia, la salud, los amigos y la vida espiritual.
Describió el trabajo como una pelota de goma que, si se cae, simplemente rebota y vuelve.
Pero las otras cuatro—familia, salud, amigos y espíritu—son frágiles, como de cristal. Una vez que caen, pueden astillarse o incluso romperse, y nunca volverán a ser lo mismo.

Esa imagen me ha guiado en las decisiones importantes de mi vida, recordándome que hay aspectos que, una vez dañados, son irreparables.
A lo largo de los años, he intentado vivir siguiendo esta máxima. Trabajo y trato de disfrutar de todo lo que hago dentro y fuera del horario laboral, pero una vez que la oficina queda atrás, mi tiempo y energía se dirigen a lo que verdaderamente importa.
La familia y los amigos llenan mis días de alegría y significado. La salud, tanto física como mental, es mi prioridad, porque sin ella, no podría sostener el resto.
La espiritualidad es quizás el aspecto más trascendental de todos. En el ruido y la prisa de la vida cotidiana, encontrar momentos de paz interior y crecimiento espiritual me ha dado una perspectiva más profunda y un refugio seguro.
Shakespeare dijo una vez: “Siempre me siento feliz, ¿sabes por qué? Porque no espero nada de nadie, esperar siempre duele.”
Esta filosofía de independencia emocional intento aplicarla lo que puedo y me ha enseñado a disfrutar de la vida por lo que es, no por lo que espero que sea.
Los problemas, a fin de cuentas, son temporales y casi siempre con solución; lo único insuperable son los impuestos y la muerte.
Por eso, la vida, esa mezcla compleja y a veces desafiante de experiencias y emociones, debe ser querida y vivida intensamente.
Decía Bryan, “antes de hablar, escucho; antes de escribir, pienso; antes de criticar, me examino; antes de herir, siento; antes de rezar, perdono; antes de gastar, gano; y antes de rendirme, siempre lo intento una vez más.”
Este enfoque me ha permitido moldear no solo cómo interactúo con los demás y enfrento los desafíos, sino cómo me preparo para lo que está por llegar.
Es una promesa de llenar cada día con significado, cuidando las “pelotas de cristal” que no pueden ser reemplazadas.
Antes de morir, elijo vivir de verdad, cada día.
MGC
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