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date un regalo de cinco minutos para contemplar con asombro todo lo que ves a tu alrededor

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[2,5 minutos de lectura]

Wayne Dyer, con su invitación a regalarnos cinco minutos para contemplar con asombro nuestro entorno, nos recuerda una de las capacidades más hermosas y profundas del ser humano: la capacidad de asombro. 

Esta habilidad, tan viva y palpable en la infancia, es la puerta a un mundo de maravillas constantes y a una vida plena de descubrimientos y gratitud.

Cuando somos niños, cada día se presenta como una serie de momentos mágicos. Un simple paseo por el parque puede convertirse en una expedición al corazón de un mundo vibrante, donde cada hoja, insecto o charco es un universo por descubrir. 

Esta capacidad de asombro no solo enriquece nuestras experiencias, sino que amplía nuestro entendimiento y apreciación del mundo.

Sin embargo, a medida que crecemos, la rutina diaria y las preocupaciones pueden opacar nuestra capacidad de maravillarnos. 

Nos volvemos ciegos a las pequeñas maravillas, como el rocío en la hierba o el juego de colores en el cielo al atardecer. 

La vida, con sus urgencias y sus obligaciones, parece empeñarse en erosionar ese sentido de asombro que una vez nos hizo sentir tan vivos.

La propuesta de Dyer de dedicar conscientemente unos minutos a la contemplación activa es un antídoto contra esa ceguera autoimpuesta. Al detenernos, aunque sea brevemente, para observar con atención y sin prejuicios, podemos redescubrir el encanto oculto en lo cotidiano. 

Este ejercicio no solo es un respiro en el ajetreo diario, sino también una práctica que nos reconecta con el presente y con la riqueza sensorial y emocional que ofrece.

Reavivar el asombro en nuestra vida adulta tiene múltiples beneficios. Desde el punto de vista psicológico, aumenta nuestra curiosidad y capacidad de aprendizaje. Emocionalmente, contribuye a un sentido de satisfacción y agradecimiento que puede contrarrestar sentimientos de insatisfacción o desánimo. 

Además, cultivar la capacidad de asombro puede mejorar nuestras relaciones, ya que nos hace más empáticos y abiertos a las perspectivas y experiencias de los demás.

Como práctica, podemos comenzar con algo simple: cada día, dedicar unos minutos a observar algo que normalmente pasamos por alto. Puede ser un objeto en nuestra mesa de trabajo, un árbol en nuestra ruta habitual o incluso las expresiones en los rostros de las personas con las que nos cruzamos. 

La idea es ver estos elementos como si fuera la primera vez, descubriendo detalles y bellezas previamente ignoradas.

Recuperar y mantener nuestra capacidad de asombro no es solo un regalo para nosotros mismos; es una forma de vida. 

Al igual que un niño que ve el mundo por primera vez, podemos llenar nuestros días de descubrimiento y deleite, recordando que, como dijo Dyer, cada momento de asombro es un paso hacia una vida más rica y significativa.

MGC

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