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Hace unos días, mientras cenábamos tranquilamente, mi mujer me lanzó una pregunta que me dejó pensativo: “¿Qué opinas de lo que dice nuestro amigo sobre que, antes de la pandemia, había un montón de películas sobre pandemias globales… y luego, ¡zas!, pasó de verdad?”.
Me encogí de hombros y sonreí, como quien escucha una historia interesante pero demasiado alarmista para tomársela en serio.
Ella siguió: “Pues ahora nos dice este mismo amigo que lo próximo será un apagón masivo. ¿Te imaginas?”. Nos reímos, medio en broma, medio en serio.
Y entonces, sucedió. El lunes 28 de abril de 2025, a media mañana, el mundo se detuvo.
Más de ocho horas de un apagón total y absoluto. Sin luz. Sin internet. Sin cobertura en el móvil. Un silencio raro, casi incómodo, se instaló en el aire, interrumpido solo por las conversaciones nerviosas entre vecinos preguntándose qué había pasado.

Las teorías no tardaron en aparecer: un ciberataque, un atentado en la frontera entre España y Francia, una caída masiva de la red eléctrica europea…
A estas alturas, aún no sabemos la verdad. Solo sabemos que ha afectado a muchos países, que nos ha pillado desprevenidos, y que durante esas horas todos tuvimos que enfrentarnos a nuestra absoluta dependencia de la electricidad.
Nosotros, gracias a Dios, estamos bien. Pero no quiero ni pensar en los ascensores llenos de personas atrapadas, en los hospitales gestionando pacientes críticos, en las operaciones a medio hacer. ¿Qué pasa con los respiradores, las bolsas de sangre, los órganos para trasplantes? ¿Y en los aeropuertos? Un auténtico caos que todavía no terminamos de dimensionar.
Este apagón ha sido un aviso, una llamada de atención sobre lo frágiles que somos. Dependemos de un sistema que damos por sentado. Y cuando se rompe, aunque solo sea por unas horas, todo nuestro mundo se tambalea.
Hoy no puedo evitar pensar en todo lo que implica. ¿Tendremos que prepararnos como hacían nuestros abuelos, con velas, radios de manivela y dinero en efectivo guardado en casa?
¿Será esto la nueva normalidad que nos espera? No quiero caer en el alarmismo, pero tampoco quiero ser ingenuo. Algo está cambiando, y debemos estar un poco más atentos.
Por nuestra parte, empezaremos a tomar algunas precauciones básicas, sin obsesionarnos. Solo por si acaso. Mejor estar un poco preparados que vivir completamente desconectados… y no solo de la red eléctrica, sino de la realidad que nos rodea.
MGC
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