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Este fin de semana he vivido una experiencia que, como poco, podría calificar de mágica.
He tenido la oportunidad de asistir a un espectáculo que llevaba tiempo en mi lista de “pendientes” y que ha superado con creces todas mis expectativas.
Me refiero al show de uno de los grandes ilusionistas de nuestro tiempo, conocido mundialmente, aunque aquí en España, para muchos, es simplemente El Mago Pop. Después de ver lo que he visto, para mí, será siempre el gran Cuperfiled.
Su presentación arranca con un repaso breve, pero impactante, de su trayectoria por Estados Unidos, donde ha compartido escenario y amistad con personajes tan icónicos como Arnold Schwarzenegger, y ha recibido críticas magníficas de la prensa y la televisión americana.
Además, presume —y con razón— de haber vendido más de dos millones de entradas en España, convirtiéndose en el mago más taquillero de nuestro país. Y después de ver su espectáculo, puedo entender por qué.
Lo que ocurre sobre ese escenario es difícil de explicar.
No son solo trucos, no es solo magia, es un auténtico despliegue de ilusionismo, ritmo, tecnología y carisma.
Desde el primer momento consigue que desconectes de la lógica y entres en un estado de asombro constante.
Vi cómo hacía desaparecer y aparecer a miembros de su equipo de un cubículo a otro, situados en extremos opuestos del escenario.
Como si fuera poco, repitió la hazaña al final con dos personas elegidas del público, transportándolas de un cubículo a otro, uno en el suelo y otro suspendido en el aire. Imposible no quedarse con la boca abierta.
Pero no solo eso. Le vi caminar por una pared ficticia por el aire, como si la gravedad no existiera, pasearse cabeza abajo y desafiar la física con una facilidad insultante.
Y luego están sus juegos con cartas, con monedas y, sobre todo, su increíble capacidad de adivinar palabras, cifras y pensamientos escritos previamente. Todo tan medido, tan limpio, que uno no puede sino rendirse ante su destreza.
Sin embargo, mientras disfrutaba del espectáculo, no podía evitar pensar que, con todo lo que ha logrado, quizás lo único que le falta es un golpe maestro de branding.
Con el nivel de espectáculo que ofrece, la crítica espectacular que está recibiendo en Estados Unidos y el talento indiscutible que tiene, me parece que le habría venido como anillo al dedo un nombre artístico más universal, más potente, algo como El Gran Cuperfiled.
Pero más allá de los nombres, si algún día tienes la oportunidad de ver su espectáculo Nada es imposible, no lo dudes.
Hay experiencias que merecen la pena vivirse, y esta, sin duda, es una de ellas. Porque durante un par de horas, he vuelto a ser un niño que mira al escenario preguntándose… ¿cómo demonios ha hecho eso?
MGC
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