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Hay frases que resumen una vida entera de experiencias en unas pocas palabras.
Esta, en concreto, la escuché por primera vez de boca de mi abuela.
No fue en un tono duro ni amargo, sino con la serenidad de quien ha vivido lo suficiente como para saber que la indiferencia, bien entendida, es más poderosa que cualquier grito.
“El mejor desprecio es no hacer aprecio”, me dijo. Yo entonces no lo entendí. Lo asociaba a una especie de castigo silencioso.
¿Cómo va a ser mejor no decir nada cuando alguien te hiere? ¿No es más justo enfrentarse, decir lo que uno piensa, poner a cada quien en su lugar?
Pero con el tiempo, y sobre todo con algunas heridas, lo comprendí.
A veces te esfuerzas por agradar, por explicar, por justificarte… Y al otro lado solo hay crítica, burla o desprecio.
Entonces, ¿vale la pena gastar energía en alguien que no quiere entenderte, que solo busca dañarte o reafirmarse a costa tuya?
La respuesta que fui aprendiendo fue un claro no.

Lo descubrí de verdad en un entorno profesional. Un compañero con el que compartía proyecto se dedicaba, en pequeñas dosis, a minarme.
Comentarios sarcásticos, ironías en público, correcciones innecesarias.
Al principio me molestaba, respondía, trataba de demostrarle que estaba equivocado. Pero no servía de nada, era como alimentar un fuego con gasolina.
Un día decidí poner en práctica la frase de mi abuela. Dejé de responder, dejé de intentar convencer.
No lo miraba, no lo escuchaba, no le prestaba nada de atención. Y fue increíble cómo, poco a poco, dejó de tener fuerza. Se apagó solo.
Y no solo eso: su actitud quedó en evidencia ante los demás, sin que yo dijera ni una palabra.
La indiferencia no es frialdad. Es una forma de protegerse, de marcar límites. No es orgullo, es sabiduría.
No se trata de ignorar por ignorar, sino de no regalar tu energía a quien no la merece.
Claro que duele cuando te lo hacen a ti. Que alguien no te mire, no te hable, no te reconozca.
Y por eso precisamente sé lo poderoso que es. Porque cuando tú haces lo mismo, cuando decides que alguien no merece ni tu enfado, ni tu respuesta, ni tu tiempo… eso cala más hondo que cualquier palabra.
Hoy, cada vez que me enfrento a una situación donde antes hubiera reaccionado, recuerdo esa frase: “El mejor desprecio es no hacer aprecio”. Y muchas veces, ese silencio, es mi forma más firme de hablar.
MGC
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