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el que tiene fe nunca está solo

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Toda mi vida he buscado profundizar en la fe. No solo en la fe cotidiana en uno mismo, en los demás o en nuestros proyectos, sino también en la fe en Dios, esa dimensión espiritual que sostiene y trasciende todo lo demás. 

En este viaje he aprendido que la verdadera fe es una certeza, como nos enseña Hebreos 11:1: “la fe es la certeza de lo que esperamos y la evidencia de lo que no vemos”.

Mi camino hacia la fe no ha sido lineal. Tras un doloroso divorcio y una etapa de alejamiento espiritual, emprendí una jornada de recuperación y redescubrimiento que me llevó a lugares sagrados y a encuentros con personas que redefinirían mi comprensión de la fe.

Santo Tomás de Aquino dijo una vez: “Para alguien que tiene fe, no es necesaria ninguna explicación. Para aquel sin fe, no hay explicación posible.” 

Uno de los hitos en este camino fue mi visita a Medjugorje, donde conocí a Don Javier, un sacerdote con una vocación de servicio tan profunda que ha logrado crear una comunidad en Boadilla formada por seres humanos excepcionales. 

Javier es de esas personas extraordinarias que parecen estar en peligro de extinción, entregadas completamente a los demás, que inspiran y transforman.

La providencia quiso que me uniera a Javier en un viaje a Tierra Santa, una peregrinación que compartimos con un obispo chileno con su grupo de seminaristas, un sacerdote español, dos abuelas que habían perdido a varios nietos, una bioquímica, una escultora, Elena, cuyas obras capturan la esencia divina, y una joven que más tarde seguiría su llamado al convento.

El viaje a Tierra Santa fue una auténtica maravilla; un recorrido espiritual en el que sentí una profunda cercanía con Dios. 

Me sentí enormemente agradecido por tener la oportunidad de compartir esos momentos sagrados con las personas a las que acompañaba, y por estar en el camino perfecto hacia el reencuentro con mi fe.

Continué mi peregrinaje por el Camino de Emaus, y junto con mi hija mayor, peregrinamos a Roma y Fátima. 

Este camino de fe se consolidó aún más cuando mi mujer y yo nos unimos a Familias de Betania y asistimos al retiro de Amor Conyugal.

Con todo el camino recorrido y sumando estas y otras experiencias, he podido afianzar y profundizar en mi fe, y entender que este es un viaje tanto individual como compartido. 

He aprendido que la fe requiere de un andar constante, un compromiso persistente para crecer y evolucionar espiritualmente no solo en soledad, sino también en la compañía de aquellos que comparten el sendero conmigo.

San Agustín nos recordó que “La fe es creer lo que no ves; la recompensa de esta fe es ver lo que crees”.

Aquellos que caminamos con fe, realmente, nunca estamos solos. 

En la conexión con lo divino, en la comunión con los que comparten nuestro camino, y en el amor que encontramos y ofrecemos, la fe nos sostiene y nos une.

MGC

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