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Eva María se fue, buscando el sol en la playa

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[2,5 minutos de lectura]

Desde que tengo memoria, los veranos han sido sinónimo de mar y arena. 

Cada año, al llegar julio, la familia hacía maletas no hacia destinos exóticos ni lejanos, sino a la familiar y reconfortante presencia del Mediterráneo o el Atlántico. 

Desde Moncófar a Benicasim, desde Valencia hasta Menorca, cada playa ha dejado su huella en mi memoria, una colección de veranos bañados por el sol, con la mítica canción de Fórmula V resonando como banda sonora de fondo, sobre todo de pequeño.

Mis primeros recuerdos están impregnados de sal y yodo, construyendo castillos en la arena bajo la supervisión de mis padres, quienes se aseguraban de que cada verano fuera especial. 

Con el paso de los años, esos mismos lugares se convirtieron en escenarios de aventuras juveniles. 

Marbella y El Puerto de Santa María fueron testigos de las risas de pandillas de amigos, primeros amores bajo la luz de la luna y largas noches sin dormir, con el sonido de las olas como un murmullo constante en la oscuridad.

Los veranos también eran para los campamentos cuando éramos pequeños, prometiendo aventuras y nuevas amistades si cumplíamos con nuestras obligaciones escolares. 

A medida que crecíamos, los libros de texto daban paso a novelas en casa y en la playa, y el deporte, siempre presente, nos mantenía en movimiento entre chapuzón y chapuzón.

Ahora, la tradición continúa en El Rompido, pero con roles cambiados. 

Observo a mis hijos correr por la arena que yo pisé en otros lugares, descubriendo el mundo a su manera, con la misma curiosidad con la que yo exploraba esos parajes. 

La mayor empieza a revivir nuestras sanas travesuras, mientras los más pequeños se asombran ante cada concha y cada pequeña ola que rompe en la orilla. 

Mi mujer y yo, mientras tanto, nos dedicamos a trabajar desde cualquier rincón, imaginando la vista al mar que tanto me enseñaron mi padres a perseguir y disfrutar, esperando esos preciosos momentos de descanso con los niños y para sumergirnos en la lectura o simplemente contemplar el horizonte, infinito y sereno, y las puestas de sol.

Aunque los veranos de hoy son más tranquilos, el espíritu sigue siendo el mismo. 

Intento enseñar a mis hijos a apreciar esos pequeños momentos, a reírnos todo lo que podamos, y a entender que la grandeza del océano refleja la inmensidad de las posibilidades que tienen frente a ellos. 

Les enseño a respetar el mar, a amar sus misterios y a disfrutar de su belleza, como mis padres hicieron conmigo.

Cada ola que rompe trae consigo recuerdos de los días pasados y promesas de los que están por venir. 

En este ciclo perpetuo de olas y recuerdos, Eva María sigue buscando el sol en la playa, y nosotros, año tras año, continuamos encontrándolo juntos.

MGC

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