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huele el mar y siente el cielo, mira la puesta de sol

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“Huele el mar y siente el cielo, mira la puesta de sol.” Estas palabras, adaptadas de una frase de Van Morrison, resumen a la perfección la esencia de lo que significa el verano para para mi y probablemente para muchos. 

Es esa época del año en la que el sol se convierte no solo en el reloj que marca nuestros días, sino también en el catalizador de experiencias que se graban profundamente en el alma.

El verano es un periodo especial, marcado por la filosofía de las 4D’s: disfrutar, desconectar, descansar y descubrir. 

Estos meses son un tesoro que todos esperamos ansiosamente, un tiempo que nos permite romper con la rutina del resto del año y sumergirnos en un mundo de posibilidades.

El aroma del mar es un recuerdo a la libertad, mientras que el horizonte del cielo en la puesta de sol nos invita a soñar más grande. 

Cada día se convierte en una página en blanco que podemos llenar con momentos compartidos con la familia. 

Los más pequeños descubren el mundo con ojos asombrados, corriendo por la arena, gritando con deleite bajo el sol, mientras que los adolescentes exploran su creciente independencia, a veces a regañadientes bajo nuestra atenta mirada.

El verano también es tiempo de reuniones familiares extendidas, donde la casa se llena de las voces de abuelos, suegros, hermanos, cuñados y amigos. 

Jornadas que comienzan con el aroma del café en la terraza y se extienden hasta cenas bajo las estrellas, donde las conversaciones se mezclan con el sonido de las chispas de la barbacoa y la risa se eleva con el humo hacia un cielo estrellado.

No hay verano sin sus tradiciones: las salidas en barco al atardecer, cuando el sol se despide y el cielo se tiñe de un rojo ardiente, son rituales que rejuvenecen el espíritu. 

El mar nos arrulla con su eterno vaivén y, en ese instante, con un buen aperitivo a mano, vino, jamón, queso, mojama y gambas, el tiempo parece detenerse.

El deporte, ese compañero de tantos veranos, sigue presente. Sea correr al amanecer, cuando el frescor aún perdura, o disputar un partido de pádel bajo el sol de la mañana, cada gota de sudor es un testimonio de nuestra vitalidad. 

Y cuando el cuerpo pide descanso, las tardes son perfectas para perderse en las páginas de un buen libro o entregarse al placer de la siesta.

El verano es, ante todo, un tiempo para agradecer y reflexionar sobre la belleza de la vida. 

Es una época para alimentar el alma con risas, para fortalecer los lazos que nos unen y para recordar que, en la simplicidad de estos días largos y cálidos, encontramos las verdaderas riquezas de la existencia.

Como canta Morrison, el verano nos enseña a “dejar volar nuestro espíritu y nuestra alma.” 

En cada puesta de sol, en cada ola que rompe en la orilla, el verano nos invita a sentirnos parte de algo más grande, a saborear cada momento y a recordar que la vida, realmente, es maravillosamente hermosa.

MGC

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