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En una cálida tarde de verano, mientras Alfonso se relajaba en su jardín, una pequeña hormiga llamada Antina se acercó trabajando arduamente para transportar una hoja que era varias veces su tamaño.
Curioso por ver la determinación y el esfuerzo de la pequeña criatura, Alfonso decidió observarla más de cerca.

Después de un rato, cansado por ver su esfuerzo, Alfonso exclamó:
“¡Qué increíble tenacidad tienes, pequeña amiga! Pero, ¿no es demasiado trabajo para un beneficio tan pequeño?”
Antina, sorprendida de que un humana le hablara y entendiera su lenguaje, respondió:
“Cada hoja que transportamos contribuye al bienestar de toda la colonia.
A través del esfuerzo y la organización, aseguramos nuestra supervivencia.
¿No es acaso valioso trabajar por el bien común?”
Alfonso, impresionado por la sabiduría de la hormiga, reflexionó sobre sus palabras.
“Es admirable,” dijo, “pero ¿no te tomas nunca un descanso?”
“Claro que sí,” contestó Antina, “el descanso es vital para nosotros.
Nos permite recuperarnos y mantener nuestra eficiencia. Sin embargo, a diferencia de los humanos, sabemos cuándo es suficiente y es hora de volver al trabajo.”
La conversación continuó y Alfonso, con un gesto de superioridad, quiso impartir una lección.
“Es cierto que tienes un sistema impresionante, pero nunca olvides que nosotros, los humanos, somos superiores en muchos aspectos. Por ejemplo, con solo un spray puedo exterminar a toda tu colonia si lo deseo.”
Antina miró a Alfonso con una mezcla de tristeza y decepción.
“Eso demuestra el poder, ciertamente, pero también una gran responsabilidad.
La capacidad de destrucción no es una medida de superioridad, sino de la moralidad de uno.
La verdadera sabiduría y supremacía se demuestran en cómo eliges usar ese poder.”
Alfonso quedó pensativo.
Nunca había considerado el punto de vista de una hormiga antes.
La pequeña Antina había trabajado toda su vida con un propósito claro, contribuyendo al bien mayor, descansando lo necesario, y todo ello sin dañar a otros seres conscientemente.
“Tienes razón, Antina,” admitió Alfonso finalmente.
“La fuerza no reside en la capacidad de exterminar, sino en la habilidad para coexistir en armonía y con respeto por los demás, sean grandes o pequeños.”
Desde ese día, Alfonso no solo dejó de usar sprays para exterminar hormigas, sino que también empezó a aplicar los principios de esfuerzo, organización y descanso adecuado en su propia vida.
Aprendió a respetar más a todas las criaturas, reconociendo que cada ser, por pequeño que sea, tiene lecciones valiosas que impartir.
Antina, por su parte, regresó a su colonia, satisfecha de haber cambiado la perspectiva de al menos un humano, recordándole que la verdadera sabiduría se encuentra en el equilibrio y el respeto mutuo, y no en la supremacía y la dominación.
MGC
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