escúchalo a uno punto cinco (1,5) acelerado
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Mantener el equilibrio ha sido siempre una búsqueda constante. En apariencia puede parecer sencillo. Pero en la práctica, es una lucha diaria.
John O’Donohue, un filósofo irlandés, solía decir que para mantener el equilibrio debemos mantener unido lo interior y lo exterior, lo visible y lo invisible, lo conocido y lo desconocido, lo temporal y lo eterno, lo antiguo y lo nuevo. Esa unión, según él, es lo que nos mantiene centrados y en paz.
Si lo pienso bien entiendo por qué tantos de nosotros vivimos en una constante sensación de desequilibrio. Estamos inmersos en un huracán de responsabilidades, pensamientos, emociones y expectativas.

A veces, parece que el equilibrio es algo reservado para unos pocos. Pero cuando ves a alguien que lo logra, aunque sea por un instante, es como presenciar una pequeña maravilla.
Si pudiéramos capturar esos momentos y compartirlos con el mundo, quizá nos recordaríamos que es posible vivir en paz, al menos por un rato.
El equilibrio es una de las cosas más importantes de nuestra existencia. Sin embargo, creo que es bueno que, de vez en cuando, esa estabilidad se rompa. Después de todo, es en los momentos de desequilibrio cuando las emociones afloran, cuando el cambio llega, y cuando nos vemos obligados a crecer.
Si todo fuera constante, si siempre estuviéramos en equilibrio perfecto, ¿no sería la vida un poco aburrida?
La pregunta clave es: ¿qué nos mantiene en equilibrio? ¿Es una persona? ¿Un lugar? ¿Un estado mental?
A lo largo de mi vida, he aprendido que la respuesta es diferente para cada uno de nosotros.
En mi caso, el equilibrio lo encuentro en pequeños momentos: una buena conversación sincera, un paseo con mi perro por la naturaleza, una buena lectura, mientras rezo.
Son esos “ingredientes” personales los que añaden una chispa especial a mi vida y me ayudan a reencontrar mi centro cuando me desequilibro.
Es cierto que alcanzar el equilibrio es complicado, y aún más complicado es mantenerlo.
Cuando lo logramos incluso por breves instantes, nos invade una sensación de paz tan profunda que todo parece encajar.
Y es ahí donde radica el verdadero valor de este equilibrio: en la paz que nos ofrece.
Porque al final, no se trata de mantenerlo todo el tiempo, sino de saber cómo volver a él cuando lo perdemos.
Y eso, en sí mismo, es un logro que vale la pena celebrar.
MGC
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