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la velocidad es buena para aprender que hay que ir despacio

escúchalo a uno punto cinco (1,5) acelerado

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La modernidad nos ha brindado un ritmo de vida vertiginoso, donde la velocidad se convierte en un doble filo: nos acerca a lo distante y, al mismo tiempo, puede alejarnos de lo esencial. 

Reflexionando sobre esta dualidad, la cita “la velocidad es buena para aprender que hay que ir despacio”, cobra un significado en el contexto de nuestros viajes y la evolución del transporte.

Hoy ha sido una jornada singular donde dos miembros de la familia hacemos viajes paralelos: uno recorre 5.350 kilómetros en avión, culminando su travesía en 6 horas, y el otro aborda un tren para un trayecto de 600 kilómetros que dura aproximadamente 4 horas y 30 minutos. 

Esta eficiencia en el desplazamiento, impensable hace algunas décadas, es testimonio del avance tecnológico y de cómo la alta velocidad, que una vez fue tan solo un sueño, hoy es una realidad palpable.

Mirando al futuro, los desarrollos prometen transformar aún más nuestra forma de viajar. 

Imaginemos trenes que alcanzan velocidades cercanas a los 1.000 kilómetros por hora, levitando sobre rieles magnéticos. 

Coches autónomos que circulan seguros y eficientes, permitiéndonos aprovechar el tiempo de traslado para continuar con nuestras actividades diarias, como si estuviéramos en la oficina o en nuestra casa.

Aún más revolucionario es el concepto de los vehículos aéreos que navegarán por rutas tridimensionales, cambiando radicalmente la logística del transporte personal y comercial. 

Los actuales esfuerzos por comercializar viajes espaciales auguran un futuro donde las distancias se medirán no solo en kilómetros, sino en la capacidad de transcender los límites atmosféricos de nuestro planeta para viajar de un punto a otro del planeta de manera mucho más rápida a la actual. 

Mientras la tecnología avanza a pasos agigantados, facilitando y acelerando cada aspecto de nuestras vidas, debemos preguntarnos si estamos sacrificando la capacidad de disfrutar del viaje en sí. 

El desplazamiento, más allá de ser un simple tránsito de un punto a otro, tiene el potencial de enriquecernos, permitiéndonos contemplar, reflexionar y conectar de maneras que la velocidad podría no permitir.

Quizás, en el futuro, el mayor desafío no sea simplemente moverse más rápido, sino hacerlo de manera que podamos mantener nuestra humanidad, disfrutando cada momento del trayecto y aprendiendo a valorar el proceso tanto como el destino. 

Este equilibrio entre velocidad y disfrute podría ser el verdadero legado de nuestra era, demostrando que, aunque tenemos la capacidad de cruzar grandes distancias en un abrir y cerrar de ojos, la grandeza de nuestros viajes reside en la habilidad de ir despacio, absorbiendo cada experiencia con la conciencia plena de que estamos viviendo un milagro de la modernidad.

MGC

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