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Hace años empece a notar cómo las redes sociales, especialmente Facebook e Instagram, nos están arrastrando a un ciclo insostenible.
Parecen haber transformado nuestra forma de relacionarnos, y no siempre para mejor. Yo mismo me vi atrapado en este fenómeno hace muchos años, como muchos otros, y no soy consciente de hasta qué punto nos están manipulando.
Mi lista de amigos en Facebook crecía desde el 2007 exponencialmente y lo mismo sucedía con la de mis contactos en otras plataformas. Eramos early adopters.
A medida que el número de “amigos” aumenta, te sientes más respaldado, casi como si te elevara en una espiral de emociones positivas. Es esa sensación momentánea de tener un sinfín de conexiones.
Pronto me di cuenta de que esta “subida” emocional no era genuina sino alimentada por los algoritmos diseñados para mantenernos enganchados. Todo lo que sube, baja.
Algunos profesionales de prestigiosas instituciones educativas, como la Dr.a Sherry Turkle del MIT, han estudiado este fenómeno.
En su libro Alone Together, Turkle explica cómo la constante conexión digital ha debilitado nuestras relaciones reales, llenándonos de una falsa sensación de compañía y amistad.
Lo paradójico, según su investigación, es que mientras más conectados estamos en las redes, más desconectados estamos de nosotros mismos y de los demás en la vida real.
Otro experto, el Dr. Cal Newport de Georgetown University, ha sido particularmente claro sobre los peligros de estas plataformas.
En su libro Digital Minimalism, Newport argumenta que las redes sociales, con su capacidad para hacer que cualquier interacción se convierta en un espectáculo público, distorsionan nuestra percepción de lo que realmente significa estar conectado.

Los usuarios ahora miden su valor en función del número de “likes” y seguidores, lo que alimenta un ciclo tóxico de dependencia emocional.
Lo que las redes han hecho en su forma más cruel es vendernos la idea de que nuestra valía como personas está directamente relacionada con nuestra visibilidad en línea.
Lo peor es que esta dinámica, anteriormente reservada para personas que de verdad se lo habían ganado —deportistas, músicos, actores, … —, ahora está al alcance de cualquiera. Nos hemos vuelto adictos a los seguidores y a la aprobación pública. Hemos dejado que esto defina quiénes somos.
Y mientras nos entregamos a este juego, las redes sociales, en especial Facebook y ahora META, acumulan nuestros datos y los venden de formas que ni imaginamos.
Así que aunque muchos usuarios han dejado de lado Facebook, la compañía sigue ganando con otros productos y plataformas.
Nosotros, por el contrario, estamos perdiendo.
Nos estamos desconectando del conocimiento profundo de las verdaderas interacciones humanas y del pensamiento crítico.
Las redes han transformado nuestra forma de consumir contenido, desplazando lo que es esencial.
En lugar de libros o estudios profundos, ahora preferimos videos rápidos o publicaciones efímeras en Instagram, Tiko Tok o YouTube.
Y eso nos está empobreciendo intelectualmente. Nos estamos perdiendo la riqueza del conocimiento construido a lo largo de los siglos, y al hacerlo, estamos reduciendo nuestra capacidad para pensar críticamente.
El problema no es que estas plataformas existan, sino cómo las utilizamos y cómo nos dejamos arrastrar por su lógica.
Quizá ha llegado el momento de replantearnos el lugar que ocupan en nuestras vidas.
MGC
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