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En un mundo saturado de información, donde cada día se publican millones de palabras en medios digitales y en papel, la frase de Baltasar Gracián, “lo bueno, si breve, dos veces bueno”, suena con una claridad meridiana.
Este aforismo, extraído de su obra *Oráculo manual y arte de prudencia*, escrita en 1647, sigue siendo una máxima relevante, especialmente en la era de la sobrecarga informativa.
La sencillez y la concisión son virtudes que, hoy en día, no solo facilitan la comprensión sino que también potencian la retención del mensaje.
En un entorno donde la atención es un recurso escaso, conseguir que un mensaje sea breve y sustancial puede marcar la diferencia entre ser escuchado o ser ignorado.
Consideremos, por ejemplo, el impacto de un anuncio publicitario efectivo.
Los mejores no necesitan más de unos segundos para dejar una impresión duradera.
Utilizan palabras contadas, imágenes impactantes y, sobre todo, un mensaje claro y directo.

No hay espacio para divagaciones; cada elemento tiene como fin reforzar la idea central.
Esta eficacia no se limita al ámbito comercial.
En la literatura, la poesía ha sido maestra en el arte de condensar emociones y pensamientos profundos en pocas líneas.
Los haikus japoneses, por ejemplo, con su estructura de diecisiete sílabas, capturan instantes de belleza y reflexión trascendental, demostrando que la brevedad no está reñida con la profundidad.
En la comunicación cotidiana, adoptar esta filosofía implica esforzarse por hablar y escribir de manera que cada palabra cuente.
Esto no solo mejora la claridad sino que también respeta el tiempo del interlocutor, algo que se valora enormemente en nuestras interacciones diarias.
Así, la próxima vez que nos dispongamos a redactar un correo electrónico, hacer una presentación o simplemente contar una historia, recordemos el consejo de Gracián.
Hagamos el esfuerzo de depurar nuestro mensaje, eliminando todo aquello que no aporte valor.
Busquemos ser directos, concisos y, sobre todo, claros.
“Lo bueno, si breve, dos veces bueno” no es solo un recordatorio a la economía del lenguaje, sino una invitación a meditar sobre la esencia de nuestros mensajes.
Al fin y al cabo, en la sencillez reside el secreto para comunicar de manera efectiva, dejar una impresión duradera y, en última instancia, conectar verdaderamente con nuestra audiencia.
MGC
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