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primera ruina

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[2,5 minutos de lectura]

La “primera ruina” es una de esas historias familiares que se cuentan con una mezcla de nostalgia y aprendizaje. 

Corrían los años 80, y yo, con apenas 7 años, vivía en una tranquila zona residencial al norte de Madrid. Era un momento para emprender, y mi padre, un ingeniero industrial con un espíritu soñador y aventurero, decidió embarcarse en una empresa junto con dos amigos y con sus familias acuestas. 

La idea era revolucionaria para su tiempo: importar langostinos de África, congelarlos y venderlos en supermercados. Hoy en día, los pasillos de congelados están repletos de marcas que ofrecen este producto, pero en aquel entonces, el concepto era desconocido.

Los tres socios invirtieron ilusión, tiempo y capital en el proyecto, pero se encontraron con un mercado que no estaba listo para su propuesta. La consecuencia fue que se vieron obligados a repartirse el producto que habían acumulado y que no había forma de venderlo. 

Para los más pequeños de la casa, al principio, aquello pareció un festín inesperado. Langostinos para desayunar, comer y cenar; sin embargo, lo que comenzó como una novedad pronto se convirtió en un horror. Recuerdo el salón lleno de cajas de langostinos.

No pasó mucho tiempo antes de que todos aborreciéramos los langostinos, incapaces de soportar la mera idea de comer uno más.

La aventura empresarial terminó en una ruina de 6 cifras de las pesetas de la época, una suma considerable que afectó a las tres familias implicadas.

Este fracaso nos obligó a mudarnos del confort de nuestra zona residencial al centro de Madrid. Aunque de niños no fuimos conscientes del impacto económico, sí notamos los cambios en nuestro día a día y, sobre todo, en nuestra dieta (mas langostinos).

Con el paso de los años y ya de mayores, esta experiencia se reveló como una fuente de aprendizajes. La más importante, quizás, fue la necesidad de evaluar el mercado y asegurarse de que los clientes estén preparados para lo que se les ofrece. No basta con tener un buen producto o una idea innovadora; el timing y la aceptación del mercado son cruciales para el éxito de cualquier empresa.

“Primera ruina” es un recordatorio de los riesgos de emprender, pero también de la resiliencia y la capacidad de sobreponerse a los fracasos. Poder comentar esta experiencia de mayores en familia me permitió aprender el verdadero valor de las cosas y la importancia de estar unidos para salir adelante y superar los fracasos.

Tener la oportunidad de poder compartir estas experiencias mas en detalle dentro del ámbito de un foro de profesionales que comparto todos los meses desde hace varios años es una suerte tanto para mi por recordarlo como para el resto de miembros por lo que les pueda aportar.

Fue la primera de unas cuantas aventuras empresariales, cada una con valiosas lecciones. La importancia de investigar, de conocer a tu cliente y de no temer al fracaso se convirtieron en principios importantes en mi vida, tanto personal como profesional.

Y aunque hoy puedo mirar atrás y reírme de aquellos días de langostinos interminables, siempre guardo en mente que detrás de cada fracaso hay una oportunidad. 

La “primera ruina”, lejos de ser un final, fue el principio de entender el verdadero valor de la superación, de la persistencia y la innovación consciente.

MGC

A partir de septiembre organizaremos unas comidas de impacto. En el enlace puedes ver más detalle y apuntarte.

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