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En un momento de reflexión profunda y reorientación personal y profesional, me he encontrado revisando los pilares que sostienen mi vida y redefiniendo mi propósito.
Santa Teresa de Calcuta, una figura emblemática de la compasión y la bondad, dijo una vez: “Que nadie se acerque jamás a ti sin que al irse se sienta un poquito mejor y más feliz”.

Esta frase resuena con fuerza en mi interior, como un eco que guía mis pasos hacia una vocación más consciente y humana.
Hace poco, en una conferencia sobre psicología positiva, un experto mencionó esta cita, y algo dentro de mí hizo clic.
¿Qué podría ser más noble que hacer sentir bien a los demás, más allá de cualquier objetivo personal o material?
Este enfoque altruista de las relaciones humanas no solo tiene el potencial de transformar las vidas de los demás, sino también de enriquecer la propia, imbuida de un propósito más profundo.
En la práctica, integrar esta filosofía en el día a día no es tarea fácil. Vivimos en un mundo a menudo precipitado y superficial, donde los intercambios genuinos pueden verse eclipsados por la prisa o la indiferencia.
Sin embargo, he decidido tomar esto como un compromiso personal: hacer que cada encuentro, cada conversación y cada momento compartido sea una oportunidad para sembrar algo positivo en el otro.
Imagina el impacto de una sonrisa sincera, una palabra de ánimo en un momento difícil, o simplemente la disposición a escuchar de verdad.
Estos gestos, aunque pequeños, tienen el poder de iluminar los días sombríos y fortalecer los vínculos humanos.
Y, en un plano más amplio, cultivar esta actitud podría contrarrestar la frialdad que a veces se percibe en nuestras interacciones sociales.
Este camino requiere paciencia y perseverancia. Cada día presenta sus propios desafíos y es fácil desviarse del compromiso de hacer sentir mejor a los demás, especialmente cuando uno mismo enfrenta adversidades. Pero es precisamente en esos momentos cuando este propósito cobra más significado.
Esta búsqueda me ha llevado a replantear muchas de mis interacciones diarias. He comenzado por lo más básico: mejorar cómo me comunico con mi familia, mis amigos y personas cercanas.
Sigo aprendiendo a escuchar más y a ofrecer mi apoyo sin esperar nada a cambio. Este cambio no solo ha mejorado mis relaciones, sino que también ha incrementado mi bienestar emocional y espiritual.
A quienes me leen, les invito a considerar esta filosofía. Me pregunto: ¿Cómo puedo hacer que la gente a mi alrededor se sienta un poco mejor?
A veces, un cambio en nuestra actitud puede desencadenar una cadena de positividad que va mucho más allá de lo que podríamos imaginar.
Llevar a la práctica el legado de Santa Teresa no solo es un tributo a su memoria, sino una puerta hacia una vida más plena y significativa. Hacer de la bondad no un acto ocasional, sino un modo de vida.
MGC
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