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sin privacidad no hay libertad

escúchalo a uno punto cinco (1,5) acelerado

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En un mundo cada vez más interconectado, la privacidad parece un concepto tan valioso como elusivo. 

Empresas como Apple proclaman hacer de la privacidad una piedra angular de sus políticas, asegurando que protegen los datos de sus usuarios a capa y espada. 

Sin embargo, la realidad de los dispositivos que llevamos en nuestros bolsillos, como los smartphones, sugiere una historia diferente.

Nuestros iPhones, aclamados por su enfoque en la ‘privacidad y seguridad’, ofrecen un menú aparentemente exhaustivo en los ajustes donde podemos gestionar permisos de aplicaciones y controlar el acceso a nuestros datos. 

Aquí, bajo la apariencia de control, se esconde un laberinto de puertas y ventanas digitales a través de las aplicaciones que abren a un mundo donde nuestra información es menos privada de lo que creemos.

La primera parada es la localización. 

No solo aplicaciones específicas tienen acceso a nuestra ubicación exacta, sino también los servicios del sistema, permitiendo al fabricante del dispositivo mantener un registro continuo de nuestros movimientos. 

El rastreo de aplicaciones nos plantea un dilema: permitir que apps soliciten rastrear nuestra actividad en otros sitios y aplicaciones, tejiendo una red de seguimiento que se extiende mucho más allá de lo que inicialmente podríamos imaginar.

El acceso no termina ahí. 

Las fotos que tomamos están geolocalizadas, ofreciendo un mapa detallado de dónde hemos estado, y con la ayuda de la inteligencia artificial, incluso el contenido de estas imágenes puede ser analizado para extraer patrones de comportamiento o preferencias personales. 

Los dispositivos Bluetooth, que conectamos a todo, desde auriculares hasta electrodomésticos, también pueden convertirse en puntos de acceso para quienes buscan más datos sobre nuestros hábitos y estilos de vida.

El micrófono y la cámara, herramientas cotidianas para la comunicación, son a menudo permisos concedidos a aplicaciones sin pensar en las consecuencias. 

La publicidad dirigida que parece leer nuestras mentes, a menudo es el resultado de una conversación en una cena en casa con amigos captada por estos dispositivos, transformando cada palabra en un posible indicativo de nuestros deseos y necesidades.

Incluso la aplicación de Salud, que usamos para monitorizar nuestros progresos físicos, no está exenta de riesgos. 

Compartir datos sobre nuestra actividad física o salud puede parecer benigno, pero en manos equivocadas, esta información podría usarse de maneras que ni imaginamos.

En democracias donde la libertad es pilar fundamental, la privacidad, la intimidad y el derecho al honor son derechos que están siendo erosionados silenciosamente por la tecnología que usamos cada día. 

A menudo subestimamos el interés que podrían tener terceros en nuestra información personal, hasta que una brecha de datos o un uso indebido de nuestra información privada nos afecta directamente, revelando cuán frágil es realmente nuestra percepción de control.

La privacidad y la seguridad, por tanto, no es solo un ajuste en un teléfono o una opción en una aplicación. 

Es un derecho fundamental que debemos proteger y cuestionar constantemente su estado en nuestra sociedad digital. 

Nada es gratis en el mundo digital y ya en muchos sitios nos dan a elegir si queremos pagar a cambio de nuestra privacidad.

Nuevas tecnologías están por extenderse y en esta era de los datos abiertos, la IA y la web3 obliga a trabajar con equilibrios delicados. 

Sin privacidad, la libertad que tanto valoramos, simplemente no puede existir en su forma más pura.

MGC

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