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Vivimos tiempos de grandes paradojas, donde la abundancia material y el avance tecnológico contrastan agudamente con un vacío espiritual y emocional.
Las palabras del XIV Dalai Lama, Tenzin Gyatso en su título “la paradoja de nuestra era”, resuenan con una claridad desconcertante en nuestra sociedad contemporánea, destacando una ironía que parece definir nuestra época: tenemos más de todo, excepto de lo que realmente necesitamos.

Nuestras casas se han expandido, en espacio y albergando tecnología punta y comodidades de última generación, pero tenemos familias mas pequeñas.
Las habitaciones se llenan mientras las conversaciones se vacían.
Las relaciones, en este entorno de muros amplios y corazones estrechos, a menudo se sienten como un eco lejano de lo que fueron en tiempos atrás.
Nuestra educación avanza a pasos agigantados. Obtenemos más títulos y acumulamos conocimientos en una carrera frenética por ser los que más sabemos. Sin embargo, este aumento en la erudición rara vez se traduce en sabiduría aplicada.
Nos encontramos más preparados para debatir que para entender, equipados con datos pero desprovistos de la profundidad necesaria para discernir o actuar con prudencia.
En la salud, nunca hemos tenido acceso a tantos recursos médicos. Cada avance promete longevidad y bienestar, pero paradójicamente, nos encontramos en una era donde la salud integral —física, mental y espiritual— parece más esquiva.
Medicamos los síntomas sin tratar las causas, olvidando que el bienestar es más que la ausencia de enfermedad.
La tecnología, por su parte, ha creado puentes de bits y bytes que deberían unirnos, pero a menudo nos encontramos más aislados.
La paradoja del hiperconectado solitario en una multitud digital es quizás una de las más grandes ironías de nuestro tiempo. Nos es más fácil enviar un mensaje a miles de kilómetros de distancia que cruzar la calle y dar la mano a un vecino.
Y en este mundo de contradicciones, consumimos con rapidez pero digerimos con lentitud, tanto en el sentido literal como figurado.
Las comidas rápidas y las decisiones apresuradas definen nuestro ritmo de vida, pero la satisfacción que derivamos de ellas es efímera.
Elevamos estandartes de éxito material, mientras las relaciones personales se vuelven cada vez más frágiles y superficiales.
El Dalai Lama nos invita a reflexionar sobre esta paradoja de nuestra era, en la que “hay mucho en la ventana, pero nada en la habitación.”
Esta metáfora final captura esencialmente la esencia de nuestra crisis: una fachada brillante que oculta un interior vacío.
Como sociedad, y quizás también a nivel personal, estamos desafiados a buscar un equilibrio, a redescubrir lo que realmente da valor y significado a nuestra existencia.
Esta reflexión no solo expone las incongruencias de nuestro tiempo, sino que también ofrece un camino hacia la reconciliación de estas dualidades: una invitación a mirar más allá del materialismo y a cultivar las riquezas del espíritu y la comunidad.
Encontrar el equilibrio entre tener y ser puede ser nuestro desafío más grande y nuestra mayor oportunidad.
MGC
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