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vale más hacer y arrepentirse, que no hacer y arrepentirse

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“Vale más hacer y arrepentirse, que no hacer y arrepentirse”. Esta máxima de Maquiavelo siempre ha resonado en mi mente durante momentos cruciales de indecisión. 

A medida que avanzo por el camino de la vida, cada encrucijada me ha presentado esta dicotomía: actuar o abstenerme.

Recuerdo una tarde de otoño, sentado en un banco de un parque observando las hojas caer, mientras reflexionaba sobre una decisión importante: volver a un trabajo estable o de nuevo emprender mi propio proyecto. 

Era una idea que me entusiasmaba, pero también me aterraba. Los ‘qué pasaría si’ invadían mi mente constantemente. ¿Y si fracaso? ¿Y si pierdo mi inversión? 

Sin embargo, también me atormentaba otro tipo de arrepentimiento, más sutil pero igualmente paralizante: el arrepentimiento de no haberlo intentado.

Decidí, finalmente, dar el paso. 

Los primeros meses fueron increíblemente difíciles. Enfrenté desafíos que no había anticipado, cometí errores que no había previsto, y hubo momentos en que realmente me arrepentí de mi decisión. 

Pero con cada error, aprendí algo nuevo sobre el negocio, sobre los demás y, lo más importante, sobre mí mismo.

Un año después de esa decisión, mi empresa empezó a ver los frutos de aquellos duros inicios. 

Aunque el camino estaba lejos de ser suave, cada pequeño éxito me recordaba por qué había valido la pena arriesgarse. 

La satisfacción de crear algo propio, de ver crecer mi visión día a día, era algo que jamás habría experimentado si hubiera dejado que el miedo me paralizara.

Reflexionando sobre esto, me doy cuenta de que el arrepentimiento por las acciones que tomamos es a menudo temporal. 

Aprendemos y nos adaptamos a partir de las consecuencias de nuestros actos. 

Sin embargo, el arrepentimiento por las acciones que no tomamos puede perseguirnos indefinidamente.

Nos quedamos preguntándonos ‘¿qué habría pasado si…?’, una pregunta que no tiene respuesta y que deja una sensación de vacío y de oportunidad perdida.

Es cierto que actuar conlleva riesgos y sí, a veces, el resultado no es el esperado. Pero cada paso que damos, incluso aquellos que nos llevan a errores, nos proporciona valor y enseñanzas que moldean nuestro futuro de maneras que la inacción nunca podría. 

Nos convertimos en protagonistas de nuestra propia historia, en lugar de espectadores pasivos.

Maquiavelo tenía razón. 

En un mundo lleno de incertidumbres, optar por la acción es, en muchos casos, la mejor elección. 

Aceptar que el error es una parte inevitable del hacer nos libera para perseguir nuestras pasiones y objetivos con menos temor, sabiendo que incluso los pasos en falso son parte del viaje hacia algo mayor. 

Y así, cada día, elijo hacer, porque aunque el arrepentimiento por mis errores pueda ser amargo, el sabor de no haber hecho nada es decididamente peor.

MGC

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