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A veces, me encuentro con situaciones curiosas que me hacen reflexionar sobre las relaciones sociales.
Valoro muchísimo la amistad y las conexiones humanas, sobre todo aquellas en las que puedo aportar algo y, al mismo tiempo, recibir.
Siempre he sentido que disfruto más dando que recibiendo, y para mí, las relaciones con amigos son como una vitamina esencial.
Cuando estoy con personas que me suman, salgo de esos encuentros como si me hubieran conectado a un cargador con un cable mennekes de esos que cargan los coches etiqueta cero.
Sin embargo, he notado desde hace tiempo algo que me ocurre cada vez más a menudo, tanto en el ámbito profesional como en lo personal. Me refiero a ciertos encuentros que, lejos de ser esa inyección de energía positiva, me dejan seco.
Lo curioso es que no son siempre evidentes al principio. Son conversaciones que empiezan bien, pero pronto se transforman en algo agotador. He bautizado a estas personas como los “yolomíos”.
Y no me refiero a los típicos monólogos, sino a esas personas que parecen estar tan atrapadas en su mundo que, cada vez que hablas, te interrumpen con un “a mí también”, “justo me pasó lo mismo”, o “mi prima tuvo una experiencia igualita”. Joder.
Lo paradójico es que, en lugar de sentirme energizado después de un rato con estos seres, acabo exhausto. El ruido mental es tal que parece que el flujo de conversación se va por un solo carril, y resulta que no es el mío. Terminas más tiempo escuchando sus historias que compartiendo las tuyas.
Ayer tuve una comida con dos amigos maravillosos. Fue el tipo de encuentro que te recarga el alma. Compartimos, nos apoyamos mutuamente, y en ese espacio la generosidad fluyó en triple dirección. Pero es que no siempre es así.

Y aquí viene lo más curioso: cuando identifico a un “yolomíos”, en lugar de huir, me sale intentar ayudar. Quizás sea un reto personal, o tal vez es mi manera de intentar equilibrar la balanza, o era algo que hacía en mi otra vida.
Lo gracioso es que, incluso cuando soy yo quien busca ayuda, acabo siendo el que ayuda, como si el “yolomíos” tomara la situación por completo y la diera vuelta. Que desastre.
Sé que es algo que me puede pasar a mí también, todos podemos caer en eso alguna vez. Pero trato de ser consciente y evitarlo.
Lo cierto es que, a medida que me encuentro con más “yolomíos”, también aprendo a identificar qué relaciones me suman y cuáles, en cambio, me drenan.
Así que, si alguna vez tepasa, nouyas. Haz lo posible por ayudar y sigue adelante. Porque aunque esos encuentros puedan ser un poco frustrantes, siempre hay algo que aprender.
MGC
ps: la primera comida con Jesús Alonso Gallo el jueves 28 de noviembre – 👉🏻 AQUÍ
ps1: la segunda será el martes 17 de diciembre en experiencia de comida de Navidad con Rodolfo Carpintier.
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